El 20 de septiembre será para siempre una fecha para el recuerdo, ingrato recuerdo, del RCDE Espanyol. En 1997 y después de 74 años, fue inaugurado en 1923, de albergar los partidos de la entidad blanquiazul, el Estadio de Sarrià fue derribado dejando a la afición espanyolista huérfana de su santo y seña, de su templo original. A las 17.04 horas y en apenas tres segundos, un suspiro, las gradas de Sarrià se veían reducidas a fosfatina tras aplicarse 72 kilogramos de Goma 2. La empresa encargada de la voladura fue la barcelonesa Control Demeter. El último envite disputado fue un Espanyol-Valencia el 23 de junio de 1997.
A partir de ese día, el Espanyol encontró cobijo en el Estadio Olímpico de Montjuïc, donde disputó sus partidos como local durante doce temporadas. En 2009, y tras seis años de obras, fue inaugurado el estadio de Cornellà-El Prat. El Liverpool fue el artista invitado en un encuentro en el que el Espanyol se impuso a los ‘reds’ por 3-0. El primer encuentro oficial, sin embargo, fue contra el Real Madrid, con victoria blanca por 0-3. El primer goleador fue Esteban Granero, que posteriormente acabaría firmando por el equipo perico.
Pero volviendo a Sarrià, el estadio situado en el barrio de Can Ràbia acogió encuentros importantísimos, desde la Copa de la UEFA hasta el Mundial de 1982. El emblema espanyolista también tuvo un papel importante durante los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, jugándose duelos de la fase previa del torneo que acabaría coronando a España como campeona.
Jornada negra
Pero no todo fueron bonitos recuerdos. En 1992 se vivió una de las jornadas más negras que el Espanyol y el fútbol mundial recuerda. En la previa de un encuentro contra el Cádiz, una bengala marina impactó en el torso del niño Guillermo Alfonso Lázaro, de apenas 13 años, que acabó falleciendo.
