Raphinha celebra su gol ante el Villarreal / AP Photo/Alberto Saiz
Casi dos años y medio después de su llegada, Raphinha empieza a brillar en el Barça. Su explosión en el arranque no sólo ha alcanzado el rectángulo. En el vestuario, su ascendencia y su capitanía crecen. Con los tres líderes restantes lesionados – Ter Stegen, Araujo y De Jong -, Rafael Dias Belloli se ha agigantado. Mete goles al mismo ritmo que luce el brazalete, arenga y defiende a los jóvenes y proclama a los cuatro vientos un barcelonismo que le viene de Ronaldiho. Maninho, padre de Raphinha y músico a partes iguales, intimó con Ronie en la sala Bikini, sede de tantas noches de autocomplacencia y reducto de Samba Tri, una banda en la que el Gaúcho apareció tocando los bongos en una velada. El 11 azulgrana conoció al mito y ahí se coció el sueño.
Raphinha costó alrededor de 70 millones, entre fijo y variables. Si el precio debe medirse por el nivel de desequilibrio exhibido, sus datos como extremo o su capacidad para el uno contra uno, la inversión me parece cara. No creo que eso, a estas alturas, se pueda discutir. Como tantas veces, la clave está en reinventarse. Raphinha, orientado primero por Xavi y consolidado ahora por Hansi Flick, lo ha hecho y hay que aplaudirle.
Por dentro, alejado de las bandas, sin el deber de encarar ni tomar decisiones en espacios reducidos y ataviado de un rol secundario en el juego interior, anestesió sus limitaciones y potenció sus virtudes: ritmo infernal en la presión, solidaridad defensiva inagotable, rupturas por un tubo, llegada, centros y remates. El contexto es determinante y, muchas veces, se puede ser decisivo sin tener que rebosar excelencia. Entenderlo y, por supuesto, interpretarlo bien tiene un mérito incuestionable. Así debo reconocérselo al cuarto capitán.
