Jorge Martin y Enea Bastianini en Emilia Romagna / AP
Este miércoles se conmemoraba el cuarto aniversario del fallecimiento de Dean Berta Viñales en una carrera disputada en Jerez en 2021. El catalán tan solo tenia 15 años cuando murió al ser atropellado por sus rivales en una maniobra fatídica. Igualmente, la semana pasada nos dejaba también en una carrera en Alemania, el italiano Luca Salvadori, de 32 años.
El motorsport nos noquea de vez en cuando con noticias que no sólo nos confirman los riesgos que entrañan su práctica, sino también que nadie, nadie, por bueno que sea, por experiencia que tenga, sin importar su edad, está a salvo de los mismos. “Motorsport is dangerous”, suele leerse en el reverso de los pases profesionales de las carreras.
A veces desgracias así nos traen unas lecciones de vida que, más allá de la tristeza y el dolor que causan, conviene aprovechar. Como el valor de la amistad, demostrado recientemente por José Antonio Rueda, que tras ganar un GP por primera vez en su vida quiso dedicar la victoria en Motorland a su amigo de la infancia Hugo Millán, que perdió la vida en ese mismo escenario cuando sólo tenía 14 años. O como la capacidad para relativizar el valor de las victorias demostrado por Filippo Rovelli, máximo rival de Salvadori que, ante la muerte del italiano, decidió junto a su equipo no participar en las dos últimas pruebas del campeonato para que Luca gane el certamen a título póstumo. Piel de gallina con la decisión, y orgullo de pertenecer a esta comunidad de deportistas.
Les cuento esto a propósito de lo mucho que se ha exagerado sobre la maniobra que entregó a Enea Bastianini la victoria en Misano por delante de Jorge Martín, y el posterior corte de mangas del madrileño que, en caliente, expresó así su frustración, para pedir disculpas por el desatino poco después de bajarse de la moto.
El Nuevo León. Hay un hilo rojo que nos conecta / CUPRA
El adelantamiento de “la Bestia” fue duro, contundente, pero no merecía sanción alguna. Quienes llevan tiempo en esto lo han expresado así, en coherencia -esta vez sí- con la acertada decisión de los Comisarios Deportivos.
Cuando un piloto se abrocha el mono y se baja la visera del casco antes de una carrera siempre sabe que aquella puede ser la última. Nadie lo ignora, nadie lo obvia, precisamente por el respeto por la vida que tienen quienes se la juegan a 300 por hora.
Al acabar la carrera Martín le dijo a su rival “un po’ troppo¡” (“un poco demasiado”), para felicitarle y abrazarle a continuación. Y Márquez reivindicó que Enea le tenía que haber devuelto la posición a su rival, cosa que no sucedió.
No penalizar la acción de Bastianini fue un acierto, pero es una decisión que las declaraciones de los dos pilotos españoles han envenenado.
Con seis carreras por delante en las que nadie quiere hacer prisioneros, con 222 puntos aún en juego, con la decisión del título en el aire, ¿quién se atreverá ahora a penalizar a nadie si alguno de los aspirantes al repite una acción como esta en lo que queda de campeonato? Menuda papeleta.
Idiotas los ha habido, los hay y los seguirá habiendo en todos los deportes. También en las motos. Pero normalmente en las carreras nadie va a hacer daño a nadie de forma deliberada. Esto no es como Ben-Hur. Todos saben qué anda en juego. Y lo asumen desde el primer petardear del motor. Aunque, a veces, la línea que separa la vida de la muerte es tan fina…
