sábado, septiembre 28, 2024
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Que no sea el último, Enrique

'El último libro de fútbol' es el último libro de fútbol de Enrique Ballester

‘El último libro de fútbol’ es el último libro de fútbol de Enrique Ballester

Enrique Ballester lo ha vuelto a hacer: no contento con sus cuatro libros anteriores, irrumpe de nuevo en las librerías. ‘El último libro de fútbol’ es su último libro de fútbol. 

Periodista de ‘Mediterráneo’ y articulista de ‘El Periódico’ (ambos de Prensa Ibérica) y de ‘Jot Down’, entre otros medios, Ballester ha recopilado 90 textos futboleros en ‘El último libro de fútbol’ (Libros del KO).

(Esperemos que ‘último’, en este caso, signifique ‘más reciente’, y no ‘definitivo’. Nunca se sabe, con Ballester, siempre empeñado en juguetear con las palabras)  

A Ballester conviene leerlo por muchas razones: la primera y más importante, para divertirse. Pero también para aprender a tomarse el fútbol en su justa medida: ni demasiado en broma ni demasiado en serio

Así lo hace él, con las dosis justas de sufrimiento, gozo, humor, amor y desamor que proporciona algo que al fin y al cabo es un juego. Lo olvidamos a menudo porque mueve unas desorbitantes cantidades de dinero, pero el fútbol es eso, un juego.

Leemos a Ballester y volvemos al patio del colegio, a aquellos partidos de cien niños, un balón y 20 metros cuadrados de cancha. Bendito caos. Leemos a Ballester y volvemos a disfrutar la parte más lúdica del fútbol, su esencia más pura: jugar para divertirse. Lo demás, como suele decir en sus textos, es folclore.

Algunos ya no estamos para jugar ni siquiera una pachanga: pesan los años y los kilos, y pesa sobre todo el miedo al ridículo. Y sin embargo, gracias a los textos de Ballester, todos volvemos a ser un poco adolescentes. (O ‘pibardos’, como diría él). 

Leemos a Ballester y por un momento vivimos ajenos a ese catálogo de disparates que tanto contaminan el juego: opciones obligatorias (?) de compra, cláusulas de salida, bloques altos o pasillos interiores. 

Cuando piensen que el fútbol se ha convertido en un asunto ruidoso y un poco desquiciante (buena culpa de ello la tenemos los periodistas), lean a Ballester. Les sentará bien. Será un analgésico. Es probable que luego empiecen a tener ganas de ponerse un batín, tomarse una infusión de jengibre y ver en YouTube un partido de los años noventa, pero no se preocupen demasiado: son efectos secundarios, y son inofensivos. 

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