Enrique Ballester lo ha vuelto a hacer: no contento con sus cuatro libros anteriores, irrumpe de nuevo en las librerías. ‘El último libro de fútbol’ es su último libro de fútbol.
Periodista de ‘Mediterráneo’ y articulista de ‘El Periódico’ (ambos de Prensa Ibérica) y de ‘Jot Down’, entre otros medios, Ballester ha recopilado 90 textos futboleros en ‘El último libro de fútbol’ (Libros del KO).
(Esperemos que ‘último’, en este caso, signifique ‘más reciente’, y no ‘definitivo’. Nunca se sabe, con Ballester, siempre empeñado en juguetear con las palabras)
A Ballester conviene leerlo por muchas razones: la primera y más importante, para divertirse. Pero también para aprender a tomarse el fútbol en su justa medida: ni demasiado en broma ni demasiado en serio.
Así lo hace él, con las dosis justas de sufrimiento, gozo, humor, amor y desamor que proporciona algo que al fin y al cabo es un juego. Lo olvidamos a menudo porque mueve unas desorbitantes cantidades de dinero, pero el fútbol es eso, un juego.
Leemos a Ballester y volvemos al patio del colegio, a aquellos partidos de cien niños, un balón y 20 metros cuadrados de cancha. Bendito caos. Leemos a Ballester y volvemos a disfrutar la parte más lúdica del fútbol, su esencia más pura: jugar para divertirse. Lo demás, como suele decir en sus textos, es folclore.
Algunos ya no estamos para jugar ni siquiera una pachanga: pesan los años y los kilos, y pesa sobre todo el miedo al ridículo. Y sin embargo, gracias a los textos de Ballester, todos volvemos a ser un poco adolescentes. (O ‘pibardos’, como diría él).
Leemos a Ballester y por un momento vivimos ajenos a ese catálogo de disparates que tanto contaminan el juego: opciones obligatorias (?) de compra, cláusulas de salida, bloques altos o pasillos interiores.
Cuando piensen que el fútbol se ha convertido en un asunto ruidoso y un poco desquiciante (buena culpa de ello la tenemos los periodistas), lean a Ballester. Les sentará bien. Será un analgésico. Es probable que luego empiecen a tener ganas de ponerse un batín, tomarse una infusión de jengibre y ver en YouTube un partido de los años noventa, pero no se preocupen demasiado: son efectos secundarios, y son inofensivos.