lunes, septiembre 30, 2024
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Claves: ¿Qué ha pasado en Austria? ¿Podrá gobernar la ultraderecha? ¿Por qué ha ganado las elecciones?

Austria vivió el domingo un terremoto político, al alcanzar el ultranacionalista, xenófobo, prorruso y euroescéptico Partido Liberal (FPÖ) el 28,8 %, dos puntos por encima del máximo en unas elecciones nacionales alcanzado en 1999 por su más histórico líder, Jörg Haider. Será por primera vez la fuerza más votada en el nuevo Parlamento, posición que ha alcanzado bajo el liderazgo de extremista Herbert Kickl, quien ha prometido cerrar fronteras y suspender el asilo.

Pese a su triunfo, es improbable Kickl pueda ser el ‘canciller del pueblo’, término empleado por Adolf Hitler y con el que se identifica el líder ultraderechista. El país alpino tiene ante sí una difícil búsqueda de la gobernabilidad, ya que el FPÖ no tiene con quien coaligarse. En el caso de acceder al poder el FPÖ, Europa vería reforzado el frente de gobiernos anti-inmigración y aliados de Vladímir Putin, ahora comandados por el húngaro Viktor Orbán.

El FPÖ subió más de 12 puntos respecto a las anteriores elecciones nacionales. En cambio, el ÖVP o Partido Popular del canciller Karl Nehammer cayó más de 11 puntos respecto a 2019 hasta quedar en un 26,3 %. Puede coaligarse con los socialdemócratas, en tercera posición con un 21,2 %, aunque eso le daría una vulnerable ventaja de apenas un escaño sobre los 92 necesarios para la mayoría absoluta.

También podría optar por un tripartito con los liberales de Neos, formación europeista que ya ha expresado su disponibilidad a coaligarse. O con los Verdes, sus socios en la última legislatura, con los que no siempre se ha llevado bien. En cualquier caso, la tradición austríaca es que sea la fuerza más votada la que intente en primer lugar forjar una mayoría. Es decir, el FPÖ de Kickl. El líder ultra tiene ya su definición para materializarse una alianza entre sus enemigos: sería la ‚coalición de los perdedores‘ en las urnas.

Kickl, hasta hace unos pocos años un ideólogo a la sombra del FPÖ, es a la vez la figura clave del resurgir electoral de su partido y su principal obstáculo para consumar su ascenso al poder. En Austria no ha habido cordón sanitario en torno al FPÖ mientras su papel se limitó al de ser un socio menor. Formó parte de tres gobiernos nacionales, incluido el último que lideró el conservador Sebastian Kurz, que acabó hundido en escándalos de corrupción.

Pero el propio Nehammer ha dejado claro, como el resto de las formaciones parlamentarias, que no entrará en un gobierno liderado por Kickl. Existe la posibilidad teórica de que éste se hiciera a un lado, de acuerdo al modelo del neerlandés Geert Wilders, quien maneja desde fuera la coalición entre su ultraderechista PVV y partidos centristas. En Viena se considera improbable Kickl que acceda a ello, ya que saca mayor rendimiento del papel de ‚víctima‘ del cortafuegos calificado por su partido de antidemocrático.

El presidente del país, Alexander van der Bellen, originario de los Verdes aunque formalmente independiente, dejó claro la misma noche electoral que no encargará la formación del gobierno a ningún partido que no sea capaz de juntar la mayoría precisa de 92 escaños. El FPÖ tendrá 56 en la cámara. También aseguró que el próximo jefe del Ejecutivo debe ceñirse a los fundamentos constitucionales de una democracia liberal, como es el respeto a la separación de poderes, a la independencia de los medios, a los derechos de las minorías y a la pertenencia a la UE.

Algo que aparentemente descarta al euroescéptico y xenófobo FPÖ. Ello no equivale estrictamente a un veto presidencial, aunque la Constitución austríaca le da potestad para hacerlo. Más bien se interpreta como una llamada a las fuerzas democráticas a buscar una mayoría que esquive al FPÖ. Van der Bellen, de 80 años y en el cargo desde 2017, dijo también que iniciará consultas con todos los partidos antes de proceder al encargo del nuevo gobierno.

Que sea improbable el acceso al poder de Kickl no significa que se pueda descartar. Y, en caso de lograrlo, sería otro paso hacia la extensión del círculo de aliados europeos de Vladímir Putin, tras la Hungría de Orbán, los Países Bajos de Wilders o la Eslovaquia de Robert Fico. Los lazos de Austria con el Kremlin van de lo anecdótico o hasta cursi a la dependencia del gas ruso. En lo primero entra la imagen de 2018 de la entonces ministra de Exteriores del FPÖ, Karin Kneissl, en traje de novia, bailando un vals e inclinándose ante Putin, invitado a su boda.

Al margen de estas ‘cercanías’, Viena ha ralentizado las sanciones de la UE por la guerra de Ucrania, amparada en su teórica neutralidad ya que no está integrada en la OTAN. No ha reducido su dependencia energética de Moscú, sino que sigue importando más del 80 % de su gas de Rusia. Son lazos cultivados desde hace décadas, mantenidos por sucesivos gobiernos y que previsiblemente perdurarán al menos otra década y media, por los contratos vigentes con Gazprom. No hubo un distanciamiento entre Viena y Moscú tras la anexión de Crimea de 2014. Putin eligió Viena para su primer viaje a Occidente tras anexionarse la península y fue recibido con honores. Dos años largos después de la invasión de Ucrania, Viena mantiene su ambivalente neutralidad.

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