En la retina de los aficionados del deporte todavía reluce la imagen de la selección de waterpolo femenina, oro en ristre, en lo más alto del podio de los Juegos Olímpicos de París. Era el penúltimo día de competición y España cerraba su participación en Francia con la quinta presea dorada.
La piscina de La Défense coronaba a una generación exquisita, fraguada a sí misma, tras imponerse en la final a Australia por 11-9. El justo premio a un equipo que había pegado al palo en los últimos dos Mundiales de natación. El combinado capitaneado por Miki Oca lograba así resarcirse de los disgustos de Fukuoka y Doha, donde cosecharon medallas de plata y bronce, respectivamente. Especialmente dura fue la derrota sufrida en tierras japonesas, con una final agónica y maratoniana que se decidió en los penaltis en favor de Países Bajos.
Una mezcla ganadora
El éxito no es fruto de un día, ni de un solo torneo. Esta generación de deportistas empezó a gestarse en 2012, en Londres, donde consiguió clasificarse para su primera final olímpica. Estados Unidos les privó del cajón más elevado del podio (8-5). Sin embargo, la perseverancia les permitió coronarse en Barcelona apenas un año después con el oro del Mundial.
Llegada de la seleccion femenina de waterpolo / EFE
Una serie de reveses no les apartó del camino. A las Laura Ester, Maica García, Anna Espar y compañía se unió una nueva hornada brillante de jóvenes dispuestas a derribar la puerta. El talento llama al talento y Miki Oca ha sabido confeccionar un bloque que, ahora mismo, parte como favorito en cualquier competición que dispute. Martina Terré, Laura Camus, Elena Ruiz o Paula Leitón tienen todavía mucho camino por recorrer, y que mejor manera de empezar la senda que con una medalla de oro en el palmarés. Singapur 2025 será la próxima piedra de toque y no cabe ninguna duda que España volverá a competir por estar entre las mejores selecciones del mundo.
