lunes, septiembre 30, 2024
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Vivencias de clausura: así es ser monja en un convento

Al traspasar los gruesos muros de los conventos de clausura, el mundo exterior parece desvanecerse. Los monasterios se convierte en un refugio de paz, oración y silencio. En Orihuela, la vida de clausura en los conventos de las órdenes de las Dominicas, Clarisas y Agustinas guarda una rutina cargada de espiritualidad, trabajo y momentos de distensión. En ellos residen unas 20 monjas, pertenecientes a las diferentes órdenes, que tienen una rutina definida, pero también momentos de esparcimiento. Pese a las diferencias entre las órdenes todos los días comienzan igual en ellos, con una letanía. “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. 

A pesar de la estricta rutina de oraciones, los trabajos y el tiempo de recreo, las monjas de clausura encuentran el equilibrio perfecto entre la vida espiritual y el contacto con la naturaleza, el estudio y el trabajo manual. Sor Esperanza Pérez, hermana superiora del convento de San Juan de la Penitencia de la orden de las Clarisas, describe con una sonrisa: “Aquí vivimos una vida muy ordenada, pero no por ello menos enriquecedora. Cada día es una nueva oportunidad para alabar a Dios y formarnos, tanto interior como exteriormente”.

Para muchas personas, la vida detrás de las rejas de un convento de clausura puede parecer monótona o aislada del mundo exterior, pero las hermanas que habitan estos monasterios lo desmienten rápidamente. “Aquí nunca nos aburrimos, el día no da para todo lo que queremos hacer. La liturgia es el centro de nuestra vida, pero una de las cosas más bonitas que tenemos es que lo hacemos todo en común, como los apóstoles, en comunidad con Jesús”, comenta Sor María Pilar, hermana superiora del Convento de la Santísima Trinidad, perteneciente a la orden de las Dominicas.

Así es la vida de las monjas en un convento de clausura.

Así es la vida de las monjas en un convento de clausura. / Áxel Álvarez

Una característica, la de la vida en comunidad, que es transversal para todas las congregaciones. Como en la de las Agustinas, donde entre todas se ayudan unas a otras a realizar las tareas del día a día y al cuidado de las más mayores y atienden a los fieles que acuden cada día hasta su convento en busca de apoyo espiritual. “Nosotras lo hacemos todo en común. La oración, las comidas, el trabajo… Todo es compartido, como hermanas, como amigas, y eso nos une mucho. Nuestra vida está marcada por la fraternidad”, añade Sor Dolores Alcaraz, la hermana superiora del Convento de San Sebastián, perteneciente a la orden de las Agustinas.

Trabajo y rutinas

En los conventos de Orihuela, la jornada de las religiosas comienza temprano, a partir de las 6.00 horas de la mañana. “A las seis de la mañana ya estamos en el coro, alabando a Dios, es un momento de oración en silencio antes de la Eucaristía y la Tercia”, explica Sor María Pilar. Desde las primeras horas del día, la liturgia y la oración personal son fundamentales. La Eucaristía ocupa un lugar central en la vida diaria en los conventos de la provincia, siendo para todas las religiosas el momento más importante del día y el que rige el horario del resto de actividades que desarrollan. De hecho, las agustinas tienen su propio dicho al respecto: «San Agustín tiene una frase que dice ‘no soy yo el que reza, es Cristo el que reza en mí’. Por eso para nosotras es importantísima la liturgia y las oraciones, porque no somos nosotras quienes rezamos, es Cristo el que reza por nosotras«, explica Sor Dolores.

Después de la misa, las hermanas dedican su tiempo al trabajo, ya sea en la cocina, el cuidado del huerto, la confección de dulces o la elaboración de formas para la Eucaristía. Todas son autónomas y cotizan a la Seguridad Social en función de las actividades que realizan. En el caso de las Dominicas, elaboran dulces tradicionales como soplillos, merengues o tortadas, aunque en los últimos años han expandido su negocio con toñas o tartas de cumpleaños con decoraciones tradicionales, pero también más innovadoras y dignas de una pastelería.

Así es la vida de las monjas en un convento de clausura.

Así es la vida de las monjas en un convento de clausura. / Áxel Álvarez

En el convento de las Clarisas, las tareas son similares, aunque con algunas particularidades. “Nosotras nos dedicamos a la elaboración de las formas para la Eucaristía y también de obleas para comer y al lavado y planchado de manteles. Además, durante la Navidad, hacemos dulces típicos, como la tarta de la Madre Santa Clara, parecida a la tarta de Santiago, pero con otra elaboración”, explica Sor Esperanza.

Sin embargo, las Agustinas hace tiempo que tuvieron que dejar el trabajo para dedicarse al cuidado de sus hermanas de mayor edad. «Antiguamente, nos dedicábamos a planchar y a hacer vestidos para comuniones y bautizos, había dos o tres hermanas que cosían muy bien, pero se fueron haciendo mayores. Ahora las que quedamos somos pocas y tenemos dos hermanas muy mayores para atender, además de la liturgia y de mantener todo el convento limpio, y ya no podríamos coger trabajo de fuera aunque nos lo ofrecieran, hay que ser realistas», destaca Sor Dolores.

Pero no todo es la vida reglamentada. El tiempo de recreo es fundamental para las religiosas. “Tenemos un rato de recreación después del almuerzo y otro después de la cena, donde compartimos lo que hemos leído, comentamos noticias o simplemente nos reímos”, confiesa Sor María Pilar. Y no falta el humor: “Hay dos hermanas que son buenísimas contando chistes y cuando se aprenden uno nuevo no dudan en contarlo en los ratos que tenemos para compartir. Reír juntas nos une más como comunidad, aunque también comentamos las noticias”.

El humor también tiene su lugar en la vida monástica. Las monjas no temen reconocer la necesidad de distensión. “A veces, nos reímos mucho, y eso también es una forma de alabar a Dios. Todo en nuestra vida tiene un sentido”, afirma Sor Dolores Alcaraz, hermana superiora del convento de San Sebastián de las Agustinas. Sor Esperanza coincide en la importancia del recreo: “Durante la comida o la cena, solemos tener momentos de recreo. A veces estamos en silencio, pero otras veces aprovechamos para hablar de nuestras familias, compartir alguna noticia o algo que nos ha conmovido”. Aunque se trate de momentos breves, estos son esenciales para mantener el equilibrio entre la vida espiritual y la convivencia fraterna.

Conventos 5G

En el Convento San Juan de la Penitencia, de las Clarisas, la rutina también gira en torno a la oración, pero con algunas particularidades que destacan por su conexión con el presente. Aunque muchos pueden pensar que la vida de las monjas de clausura está desconectada del mundo moderno, la realidad es que han sabido adaptarse a los tiempos actuales. “A veces seguimos las misas del obispo a través de YouTube”, explica Sor Esperanza Pérez, hermana superiora del convento. “Es una forma de estar en comunión con la diócesis y también de formación continua para nosotras. La formación es algo que nunca acaba para una monja, siempre estamos aprendiendo en este trabajo”, agrega Sor Esperanza.

Además, algunas comunidades han implementado energías renovables en sus conventos, como en el caso del Convento de San Sebastián, en el que las Agustinas instalaron hace años un panel de placas solares que les permite ahorrar en la factura de la luz. “Nosotras tenemos placas solares en el convento y utilizamos tanto el móvil como en el ordenador. Hoy en día es necesario, aunque yo casi siempre lo tengo en silencio y me encuentro un montón de llamadas perdidas”, comenta entre risas Sor Dolores aunque destaca que paras las religiosas más jóvenes es «una herramienta muy necesaria para mantener el contacto con su familia, pero no queremos obsesionarnos».

Así es la vida de las monjas en un convento de clausura.

Así es la vida de las monjas en un convento de clausura. / Áxel Álvarez

Además, las monjas realizan actividades como el estudio y la lectura espiritual, lo que les ayuda a mantener su formación constante. “Por la tarde tenemos tiempo para estudiar, leer y para responder los correos electrónicos en el ordenador o los mensajes de los familiares, es un tiempo que tenemos para nosotras”, añade Sor Esperanza.

Falta de vocaciones

Sin embargo, no todo es optimismo en la vida monástica. Una preocupación constante entre las hermanas es la falta de vocaciones. En el último año, la diócesis de Orihuela-Alicante alberga 10 conventos que son hogar para alrededor de un centenar de monjas de clausura, una cifra que si bien ha crecido respecto a 2022, preocupa a todas las religiosas. “Actualmente, no estamos recibiendo nuevas vocaciones, y eso nos preocupa”, reconoce Sor Dolores. Las razones son diversas, pero todas coinciden en que el mundo exterior se ha vuelto más materialista. “La gente está en otros valores, y las familias ya no enseñan a sus hijos la importancia de la vida religiosa”, lamenta Sor Esperanza.

«El mundo es demasiado materialista, la gente no se interesa por las cosas del espíritu, y eso se nota en la falta de nuevas monjas», comenta Sor Dolores quien cree que «la gente ahora se deja arrastrar por lo que más cómodo, ahora van a la playa o a comer en vez de ir a misa un domingo, cada uno es libre de hacer lo que quiera. Pero si la gente solo vive para cosas exteriores al final te quedas vacío por dentro, no te sientes feliz, yo creo que hay que llenarla de cosas más auténticas y menos perecederas».

A pesar de ello, las monjas mantienen la esperanza. “En la historia de la Iglesia siempre ha habido momentos de escasez de vocaciones, pero luego viene una ola que trae muchas. Confiamos en que el Señor sabe lo que hace”, reflexiona Sor María Pilar.

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